Ya llevamos casi un mes sin salir de casa. El frío, la nieve y el hielo se han instalado en la comarca y madre nos nos deja salir. Han abierto la puerta del establo para que el calor de los animales caldee la casa y los niños dormimos en el suelo, junto a la estufa. Hace tanto frío que las gallinas no pueden poner huevos, no tienen fuerza para formar una cáscara lo bastante dura.
Al menos las última semanas hemos estado ocupados, ayudando a madre y a la abuela a preparar los dulces de Navidad. El primero es el Manala, que significa "pequeño hombre", un bollo con forma de hombrecito que recuerda la leyenda de San Nicolás, que salvó a los tres niños del malvado carnicero. San Nicolás, patrón de los niños, nos trae regalos cada seis de diciembre. Este año me ha traído los mismos zuecos de madera de siempre, cada año un poco más grandes que el anterior. Ese día comienza el Adviento, y los niños vamos marcando cada jornada en el calendario, mientras esperamos ansiosos la llegada de la Navidad.
Madre ha cortado una rama de abeto y le ha colgado manzanas. La abuela no aprueba este adorno pagano, que madre ha copiado de casa de los Blum, los dueños de estas tierras. Los Blum viven en una gran mansión de dos pisos, con el establo separado de la casa, y tienen un coche de caballos. Dicen que el padre Stein quedó horrorizado cuando vió el abeto decorado con manzanas, encarnación del pecado original, por lo que la Señora Blum decidió combinar las manzanas con hostias sin consagrar, para que el mal se viese compensado por el cuerpo de nuestro Señor.
Hoy es Nochebuena y saldremos al fin de casa para acudir a la Iglesia. Después iremos a casa de los Blum, que reciben a los habitantes de la aldea para ofrecer pan de especias y vino caliente como gesto de generosidad hacia sus jornaleros. Los niños llegamos muertos de hambre porque no podemos comer nada hasta después de la misa de gallo. Padre me mira y siento que descubre en mis ojos que he comido pasta de frutas a escondidas antes de acudir a misa con mis nuevos zuecos. Pero no dice nada, porque él sabe que yo sé que ha estado bebiendo vino caliente durante la tarde; lo noto por el fuerte olor a canela que desprende su aliento. Padre y yo mantenemos una fluida comunicación no verbal que está siempre abierta por encima de las conversaciones de los demás.
Cuando volvemos a casa podemos al fin tomar la sopa caliente, queso y pan con miel, la cena de todas las Nochebuenas. Los mayores cantan animados por el vino y los niños bailamos para ahuyentar al frío y la oscuridad del invierno. Dice mi amigo Peter que su abuelo le contó que existe un país donde no nieva en invierno y donde no existen los zuecos de madera. Dice que los niños pueden dormir todo el año en el pajar y que no necesitan calentar el vino ni quedarse en casa durante semanas. Me pregunto si yo podré algun día viajar a ese lugar donde todo es cálido y luminoso. Y si San Nicolás sabrá encontrarme allá donde esté y qué tipo de zuecos me regalará.